Hace 729 días.
Increíble.
Parece que fue ayer.
Nos levantamos el día de Navidad.
Eloy, mi hijo de 22 meses, que todavía duerme con nosotros. Porque no queda otra por el momento. Se levantó, y sin saber muy bien el por qué de nuestra excitación, empezó a romper cajas de papel que le dábamos y que salían debajo del árbol.
Dentro, aparecían juguetes, y ante su exclamación de alegría, nos imaginamos que le ha gustado.
Así estuvimos un buen rato. Primer hijo.
Hasta que luego llegó ese momento, el de empezar a montar los juguetes.
Nunca hubiera imaginado que una cocina de juguete me hubiera costado más que un mueble de Ikea. Pero así ha sido.
Después de todo ese tiempo. Entre montaje y montaje. Desayunamos.
Pero todavía no habíamos terminado. Toca bajar al patio de la urbanización a probar todas esos regalos de calle: triciclos, pelotas, bolos, etc.
Mi mujer y yo, igual de emocionados que él, pero algo cansados de haber trasnochado la noche anterior, nos vestimos y bajamos en armonía.
Corrimos, probamos, nos caímos, jugamos, nos escondimos, retratamos todos esos momentos para la posteridad.
Luego llegó el momento familiar.
Primero llegaron los suegros. Comimos con ellos en casa, disfrutaron de su nieto.
Más regalos todavía.
Y luego por la noche, vinieron mi madre y mi hermana, más regalos y más comida todavía.
Fue en este último momento cuando ante mi asombro, recordé algo que, no sé cómo narices había podido olvidar.
Cumplía dos años sin fumar. Porque lo había dejado un 25 de diciembre del 2017.
El detonante de mi cerebro fue la llegada de mi madre a casa. Y fue por un razón. Ella fuma y olía a piti recién fumado. Que seguramente se había fumado antes de subir a casa ya que, en mi casa, es un espacio libre de humos desde hace dos años.
Fue en ese momento, cuando me di cuenta del logro que había conseguido. De mi reto personal. Y de cómo lo había logrado.
Sin ninguna recaída ni intento de recaída. Ni debilidades.
Tentaciones siempre hay. Pero mi cabeza está fuerte.
Muchos me han preguntado y cada vez que les cuento cómo dejé de fumar, me hacen una pregunta:
- ¿Pero por qué dejaste de fumar?
- Porque quería, yo quería.
Ahí está la primera clave. Indispensable.
Si uno no está convencido en dejar de fumar, no lo dejará. Recaerá.
Lo he visto en muchísima gente.
No estaban convencidos.
Igual que este post no lo va a leer nadie que todavía fume, ni este blog.
Al igual que yo lo había hecho. Yo nunca leí nada sobre dejar de fumar hasta que no había dejado de ya de fumar.
¿Increíble verdad?
El cerebro de un fumador que no quiere dejar de fumar, no quiere que saber nada sobre cómo y porqué dejar de fumar.
Todo fumador sabe que fumar mata, es malo y no debe hacerse.
Pero manda su cerebro, las sustancias químicas que han desarrollado una serie de hábitos en el cerebro que son muy, pero que muy difíciles de cambiar, salvo que se tenga el sistema adecuado.
Y ese sistema, no es otro, que conocer exactamente como funcionan esas sustancias químicas de nuestro cerebro para producirlos y contrarrestarlas con otro tipo de hábitos.
Yo tengo mi sistema. Está en este blog.
Lo escribí como última fase para mi cerebro de cierre tras haber dejado de fumar.
Formato terapia personal.
Algún día lo convertiré en un libro.
Ya os lo había dicho creo.
Lo acabaré haciendo.
Feliz Navidad y próspero año a todos.
Y como siempre, ya sabéis:
Si no lo piensas, fuma, pero si lo haces no fumes.